NUESTROS CAMINOS* DE OVERA,
SON CALLES Y CARRETERAS.
Yo voy soñando caminos
De la tarde. ¡Las colinas
Doradas, los verdes pinos,
Las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Antonio Machado.
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Caminos de tierra seca
Una y otra vez andados
Hacia aquella Noria
Vieja
Con los cántaros a un
lado
Y otro de burra lenta
Sobre ella bien montados
Cada uno en su aguadera,
O con haces apretados
De recién cortada
hierba
Bajo los huertos
segados,
De alfalfa, o trigo,
cibera,
En la grupa bien atados,
Al fresco son de la
acequia
Que pasaba suspirando
Mientras nuestra burra
experta,
En el tórrido verano
En busca de sombra
fresca
Me llevaba cabalgando
Agachada la cabeza.
¡Caminos de nuestra
tierra!
No fuisteis festoneados
Como largas alamedas
De árboles centenarios,
De olmos, chopos o
nogueras
Pero ofrecisteis, a
cambio,
Sombra de vuestras
higueras
Y regalásteis lanzando
Maduros de las palmeras
Dátiles que iban
sonando
En el suelo como
piedras.
Adiós, caminos de antaño
Ahora hechos carreteras
Que me llevaron a tantos
Lugares de nuestra aldea
Lo mismo en días de
trabajo
Que en los que fueron de
fiesta;
Con el sudor del verano
O con la ropa más nueva.
Salvador
Navarro
El
tiempo transcurría a un ritmo natural: Cada día tenía un tramo de luz solar que
ocupaba la jornada laboral normal fuera del domicilio: “De sol, a sol”. Y un
tiempo de estancia en la casa, que no había de ser forzosamente de descanso,
porque siempre había algo que hacer hasta la hora de comer o de dormir. Unas
veces era cuidar los animales de la propia casa “echándoles de comer”, otras, ocuparse
en faenas como el desgranado de panizo, desperfollar, el cuidado o aliño de la
matanza, o la implantación de remiendos en la ropa desgastada por el uso en el
trabajo, el lavado, o la preparación de la comida del día siguiente, tareas
comúnmente realizadas por las mujeres; o asistir a clases particulares con el
maestro ambulante de turno (el más habitual era Bartolomé “el de las rentas” ‘¿Cuántos
hectólitros de vino caben en un depósito…’), cosa reservada a los muchachos,
los varones, que habían empleado el día en distintas ocupaciones como
jornaleros, y querían aprender “las cuatro reglas”.
Pero el tiempo también se medía en distancias.
Quiero decir, que se apreciaba lo que se tardaba en ir de un punto a otro de
nuestra extensa localidad de población diseminada, por lo largo o corto que
pareciera el camino que, normalmente se recorría a pie, o, como máximo, en
burra o mula. Los caminos fueron unidades de medida del tiempo en mi tierra en
aquella época. Y recorrer aquellos caminos era algo más que andar. Era
empaparse de los aromas del campo, de los múltiples sonidos de los animales
libres o en cautividad, del canto de las aves en la mañana temprano o al
atardecer, del cri-cri de los grillos en las noches de verano, del paisaje
cambiando constantemente a lo largo del día según la luz solar, del rumor del
agua de las acequias o del río, con todo lo cual, el tiempo en ellos se
adensaba, no acababa, lo inundaba todo hasta que llegábamos al punto de
destino. Pero fueron bastante más que eso. Nuestros caminos eran también lugar
de cruce diario y de intercambio de estados de ánimo, de situaciones
familiares, de planes para el futuro o kiosco con gaceta de noticias, buenas o
luctuosas, entre la gente del lugar. En los caminos de Overa se guardan como en
un archivo sin legajos, miles de
conversaciones de jóvenes, de personas
mayores, de juegos de niños; de saludos diarios y despedidas, de “hastaluegos”, de “adiós” y “anda con
Dios”, que ahora apenas se han convertido en un repetido golpe de claxon del
conductor del coche pasando a mayor velocidad de la aconsejable, si es que te
reconoce y decide saludarte.
Fueron el lugar de tránsito de los ganados
que iban, conducidos por pastores de fuera, protegidas las piernas con unas
calzas especiales y unas abarcas sólidamente construidas, con destino al
mercado de ganado de Huércal, procedentes de la
zona de Lubrín, Uleila o Sorbas, levantando una enorme polvareda cuando
no había llovido, que era casi siempre.
El Camino Real cruzaba el río por el
“Paraor”, atravesando La Concepción, o La Ermita, que es lo mismo, viniendo
desde Lubrín, y por eso se llama también así, “de Lubrín”; transcurría por la
“Cañá El Santo” y el barrio del Pilar, en dirección a Huércal, ya por los
barrancos, hasta llegar a la Ermitica que hubo en el pequeño puerto o paso de
la Cuesta Alta. De nuevo allí tornaba a la vereda montuosa encaminándose al
pueblo por la zona donde estuvo tradicionalmente instalado el Mercado del
Ganado.
El camino del Carril enlazaba uno y otro
lado del río: “Aquel Lao” y “Este Lao” -pero nunca se dijo “Este Lao”. Sí se
dijo “la gente La Ermita” o “la gente Aquel Lao”-. Y discurría este camino
entre huertos de naranjos, que era el frutal de Overa, uniendo La Ermita con
Los Menas, aparte de dar acceso al Pago de Los Menas.
De aquel camino verde que iba a la ermita,
la cimbra se ha secado, las rojas amapolas están marchitas y realmente lloran
de pena las margaritas y trigueras, que adornaban sus orillas.
El camino de Santa Bárbara, hoy anulado por
obra y gracia de quienes diseñaron la autovía A7 o del Mediterráneo, y que no
supimos reivindicar a tiempo los vecinos, unía Santa Bárbara con El Pilar y con
el Pago o huerta, enlazando con el camino de Lubrín, a la altura de Las
Delicias, cortijo bordeado de granados “agrijierros”, o sea, con granadas
agrias a más no poder (con sabor de agua ferruginosa), que servían de valla
disuasora de visitas no permitidas por el dueño del huerto que protegían.
En la “Cañá El Santo”, el camino de Lubrín
conectaba con el de las Veintunas, que llevaba al barrio de Los Menas, ahora
convertido en paseo o avenida peatonal y de carreras, a la vez, aunque suene
extraño.
La cuesta de Los Martínez en el camino de
Los Navarros y la era del mismo nombre primero, arrancaba en Los Menas y
llevaba hasta Los Navarros dicho.
Los caminos transversales o cercanos a los
mencionados, tenían denominaciones por
tramos de proximidad a dueños de fincas rústicas o urbanas reconocibles, o
puntos fundamentales en la vida cotidiana local, como el camino del horno, el
de la Venta, el del cementerio, el del Cañico, el de doña María, el de Miguel
Giménez – antes, “de Pepe”-, el del Barrio, etc.
El camino de Chupí, el de La Santa o
Inmaculada o Virgen del Río, y el de la Sierrecica, eran ya especiales y su
trazado apenas tocaba los núcleos urbanos, sino que discurría por los aledaños
de nuestra localidad, incluso por el río, prácticamente todo, como en el caso
del de La Santa, pasando por el molino de Jorge, o por la Pajarilla, yendo
hacia la Sierrecica, por las veredas entre tomillos, “carramoños”, “bojalagas”,
albaidas, atochas y alguna que otra ruda, o las escasas y amargas tueras.
“Caminito que el tiempo ha borrado,
que, juntos, un día nos viste pasar;
he venido por última vez,
he venido a contarte mi mal”.
Gabino Coria
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*Sobre la palabra “camino” dice el
diccionario de la Real Academia que viene del celtolatin camminus.
En latin
“caminus” es chimenea.
Yo hago esta reflexión lingüística:
"Cheminer" es caminar (además de "marcher"), en francés.
"Chemin" es camino, en francés.
Cuando todavía no había vehículos rápidos como
ahora, ni los caminos y carreteras estaban tan bien trazados, los caminantes se
orientaban, para dirigirse de una ciudad a otra, por las viviendas que hubiera
cerca del camino, entre otras razones, por si necesitaban ser socorridos en
algo. Las viviendas habitualmente se distinguían a distancia, por el humo que
salía de aquellos cañones apuntados hacia el cielo que eran las que acabarían
llamándose cheminées (chimeneas), porque indicaban de algún modo el chemin, el
camino, cercano a los hogares, que podían prestar socorro, en caso necesario, a
los caminantes.
“Cama”,
en catalán es pierna.
“Caminar”
es, en castellano, mover las piernas para desplazarse sobre el suelo, con los
pies.
“Caminante”
es el que va andando por el camino.
“Camión”
y “camioneta”, son vehículos que van
por el “camino”
“Camino” está más próximo a “cama”
–pierna- que a otra cosa.
Y “cama” debió de existir antes que “camino”
Acerca de la palabra “calle” dice el
Diccionario de la Real Academia: Del latin callis,
senda, camino. Y caliga es calzado
del soldado romano, como Calígula
sería “sandalilla”.
Calleja y Calella serían “callecilla”, en
castellano y en catalán, respectivamente.
Por otra parte, “cal” en latin es calx calcis. “Calzar” es protegerse los
pies para caminar.
Calzada es
calle (o camino) preparada (a veces con cal en los muros que la refuerzan) para
caminar por ella andando o con carruajes, carros, y carretas, y de este último
término vendría “carretera”, que es “calle” para el tránsito de carretas.
Así, los caminos se han hecho hoy
carreteras, para que circulen las más modernas carretas: los cómodos, rápidos,
confortables, soberbios y peligrosos coches.
………………….
ORACIÓN A SANTA BÁRBARA
Santa Bárbara,
patrona
de tormentas
y mineros
libra a esta
aldea, protectora,
de las iras de los cielos.
Siempre
fuiste defensora
de tus
fieles; los que fueron
como a madre
bondadosa,
a pedirte
que en tu seno
los
acogieras mimosa,
resguardados
de los truenos,
y de rayos,
victoriosa.
El peñón nos
trajo en sueños
a tu iglesia, triunfadora
que salvó de
males fieros
de lluvia
amenazadora
de riadas grandes, pequeños
barrancos de
tierra roja,
de barros
sucios, de cienos,
de gotas
frías que destrozan
huertas y
campos, sin freno,
torrenciales
aguas locas,
blandas,
finas, en invierno,
en verano
turbulentas
que de par
en par abrieron
en pavorosas
tormentas
el azul puro
del cielo.
Sólo una vez
te dejaste,
nadie sabe
la razón,
vencer por
aquel desastre,
por aquel
diluvio atroz,
que de
aquella obra de arte
a los de
Overa privó:
Puente de
hierro, estandarte
que el río
nos arrebató
y enterró en
alguna parte.
¡Por él
llora el corazón!
Santa
Bárbara ¿qué hiciste?
¿dónde fue
tu protección?
¿por qué así
nos olvidaste?
¿no
merecíamos tu amor?
Si fue así,
bien te cobraste
la deuda, de
tu deudor,
pues de
Overa era la parte,
el puente
aquel, la mayor;
era la más
destacable,
la que lucía
mejor,
frente a tu
iglesia, admirable,
como en el
mundo no hay dos,
y ahora es
irrecuperable;
hoy son
ruinas al sol
los ojos del
puente, amable
paseo sobre
el río Almanzor
que
amenizaba las tardes
del verano
en la calor;
y ni la poza
“don Jaime”
ni el Cañico
bebedor
tienen ya
agua que nos sacie
nuestra sed
con su frescor.
Flumen Superbo entrañable,
que, de
nombres, tienes dos,
río nuestro,
río padre,
río de
nuestra ilusión:
río seco,
Dios te salve
de algún
desastre mayor:
Del olvido
de los hombres
carentes de
corazón,
de amor a la
tierra ausentes,
que andan
persiguiendo al sol
en las
noches de relente.
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