A la Virgen Inmaculada, patrona de La Ermita
Llena de
gracia, María,
Purísima
Concepción,
Escúchanos,
en tu día,
Y venga a
nos tu bendición,
Da a estos
devotos la guía,
De buenos de
corazón
En esta terrenal vía.
Recibe
nuestra oración
Humilde,
sencilla y pía,
Pedida con devoción;
Intercede
por nosotros
Ante el
poder del Señor,
Para que no
estemos solos
Olvidados,
sin amor;
Ni de
soberbios, mirados
Con
menosprecio o rencor;
De
envidiosos, envidiados,
Ni creadores de temor
Por alguien considerados.
Haznos
piadosos, Señora,
Con los
humildes y honrados
Y con los
necesitados
Haznos
pródigos sin hora
Para poder
ayudarlos.
Virgen Santa
, de Murillo,
Excelsa
Madre de Dios,
Protégenos
del peligro
Del río o de
algo peor
Que pueda
sobrevenirnos
Y quiérenos
con amor
Propio de
madre a sus hijos,
Como -¡con tanto dolor!-
Quisiste a
Dios, Jesucristo.
© Salvador Navarro Fernández
DE
CÓMO INTERPRETÁBAMOS EL LATIN Y EL CASTELLANO CULTO ALGUNOS HABITANTES DE MI
ALDEA, A TRAVÉS DE LOS RITOS RELIGIOSOS.
Cuando
llegaba el mes de las flores, en Mayo, nos convocaban para hacer un extraño y
curioso viaje, que no nos alejaba mucho de nuestras casas. Unos más y otros
menos, sabíamos que había que ir a un sitio, todos juntos con ramilletes y guirnaldas
de flores, en especial rosas blancas, rojas o amarillas, porque así lo decía el
cántico mariano: “Venid y vamos todos, con flores a porfía”. Desconocíamos
dónde se encontraba “Porfía”, pero no cabía duda de que allí había que ir; y en el siguiente verso del cántico, se
precisaba que “con flores a María”,
repetido , “que madre nuestra es”. ¡Y a una madre había que obsequiarla con lo
mejor que uno pudiera…! Eso estaba claro.
En la
oración del Padrenuestro, al llegar a “venga a nosotros tu reino” entendíamos
que de algo bueno se trataba, pues todo un reino, para nosotros, no podía
ser perjudicial. Cuando se iniciaba la
segunda parte, no entendíamos muy bien qué decíamos con aquello de “danos de hoy”, por “dánosle hoy”, porque ese
leísmo con pronombre enclítico era demasiado fino para nosotros, los iletrados. Pero, bueno, enunciábamos la
oración, y nos quedábamos tan santos, o tan panchos. En realidad, sonaba a “danos
algo de comer”, que buena falta teníamos.
No estoy
seguro tampoco de que supiéramos qué sentido tenía “perdonar las deudas así
como nosotros perdonábamos a nuestros deudores”, ya que sabíamos lo que era
“tener trampas”, pero no, deudas. Ya, lo de “no dejarnos caer en la tentación”,
tal vez sí, aproximadamente, pues, por poco que se reflexionara, caerse no era
recomendable. Después, según Billy
Wilder en 1955, la tentación se trasladó al piso de arriba, con Marilyn Monroe,
y llegaron a ser más fáciles de entender algunas tentaciones de pecar.
Al recitar
la letanía, teníamos claro que la respuesta a cada invocación a la Virgen (dudo
de que supiéramos que Virgo era Virgen), había que decir “Ahora, a por Nobis”. Ni sabíamos quién era
aquel Nobis, ni por qué había que ir a buscarlo. Tiempo después, alguien
aclaró, o vimos escrito “ora pro nobis”, pero seguimos sin entender su
significado hasta que, tras el Concilio Vaticano II, tradujeron el latin al castellano
y ya dijimos “reza por nosotros”. Pero no era igual, había perdido el misterio
y el encanto de la musicalidad.
La Torre
de David (turris davídica), Regina angelorum (Reina de los ángeles), Refugium
pecatorum (refugio de los pecadores), Virgo potens (Virgen influyente,
poderosa), Turris ebúrnea (torre de marfil) y otras muchas virtudes y
cualidades, aplicadas a María por quien
dirigía la letanía, eran coralmente acompañadas con aquel rotundo y plenamente
en serio formulado “ahora a por nobis” o “ahora por nobis”, que podía haber
significado en aquel peculiar lenguaje nuestro algo así como “hoy, por mí;
mañana, por ti”.
Debía de
ser en la procesión del Corpus Cristi cuando yo he oído, tras el “Perdona a tu
pueblo, Señor”, un trabalenguas similar a esto: “Nuestre setrenamente
ennojadddo”, haciendo énfasis en la sílaba
“ –do”, aunque pocas veces mis paisanos pronunciaran así el final de
estos participios (decíamos, normalmente, “ennojao”). El “no estés eternamente enojado” era dicho
por los más instruídos. Pero todos éramos muy devotos y circunspectos.
No
teníamos ni idea de lo que decíamos en latin, hasta que nos aclararó las cosas,
pasándolas al castellano, Juan XXIII.
De todas
formas, tenía más atractivo, era más sugerente y misteriosa –que, a fin de cuentas, a misterio se reduce-
la misa, dicha en latin. Porque, además, en ocasiones, sigue siendo
incomprensible. Por ejemplo -aunque
también se decía así en latin-: ¿Por qué tradujeron “El señor esté con
vosotros; y con tu espíritu” siendo así que decimos “vosotros”, la respuesta
lógica sería “y contigo”, no “y con tu espíritu”. “Et cum espíritu tuo” sonaba
a música de clarinete o algo así: espiri-tu-tu-ó.
Desde
luego, suena muchísimo mejor “ Agnus
dei, qui tollis peccata mundi //miserere nobis” que “Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo//ten piedad de nosotros”, dicho en la
letanía del rosario.
¿Supimos
pronto lo que decíamos al llegar al confesionario diciendo “Ave, María Purísima” (“salud, María purísima”)?
Yo creo que nunca, jamás.
¿Y con lo
de María Inmaculada? Desconocíamos qué
era una mácula, y, por lo tanto, no íbamos a saber qué era algo sin mácula.
Luego, tampoco sé si hemos aprendido que Inmaculada significa que no tiene
mancha, tacha, pecado o culpa alguna.
¿Y cuando
nuestras hermanas cantaban a coro, con voz más o menos impostada o en falsete
“Salve, Regina, mater misericordiae”? Era la misma salve que luego se rezaba en
castellano “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia”, pero no lo parecía,
no lo supimos, creo que nunca.
¿Y cuando
formulábamos aquel juramento de confirmación de ser cristianos “Yo renuncio a
Satanás, a sus pompas y a sus glorias…”? ¿Qué pompas eran aquéllas? No sabíamos
que eran lujos, riquezas, vanidades o solemnidades, sino que parecían esferas
de jabón líquido multicolores, irisadas.
En el “Gloria
Patri”, al llegar al “in saecula saeculorom”, era inevitable sonreírse, pues
algunos pensábamos en una caída de alguien, golpeando el suelo con las
posaderas, ¡y tampoco venía a cuento en un rito religioso tan solemne…!
Con lo del
“Sursum corda”, como en la vida normal se aludía a algo muy poderoso (“¡Eso lo va a hacer el Sunsuncorda!”-se
decía), cuando lo pronunciaba el cura para decir “Levantemos el corazón” nos
parecía fuera de lugar, vamos, que no pegaba eso del “sunsuncorda” que a nosotros
nos sonaba casi a blasfemia. ¡Qué imaginación! Y todo por el simple hecho de no
saber latin, ¡qué cosa!
Nunca
supimos, entonces, por qué se llamaba rosario a aquel rezo de misterios
gozosos, dolorosos y gloriosos, pero la palabra misma “misterio” ya nos atraía. Desconocíamos igualmente que la “Intemerata”
era la “pura”, la “sin mancha”, o sea, La Virgen (decíamos: “Le cayó la
Intemerata”, para dar idea de que había recibido algo muy grande). Y, además,
el rosario de cuentas no parecía tener nada que ver con otra cosa sino consigo
mismo: una ristra de bolitas que servían de guía en el rezo. Ya, más tarde,
supimos que “rosario” era corona de rosas, de las cuales, las hojas verdes eran
los misterios gozosos, las espinas, los dolorosos y las rosas los gloriosos. ¿Y
por qué no lo dijeron entonces…? ¿Era tan importante mantenerlo todo con tanto
misterio? Se ve que sí.
En el “Señor
mío Jesucristo”, se oía decir: “Señor mío Jesucristo, yo soy hombre verdadero”,
o sea, un hombre que decía la verdad, que no mentía, y, por lo tanto, no pecaba,
que era lo que se le pedía.
En el “Yo,
pecador”, del catecismo del Padre Ripalda, hacia la mitad de la Confesión
general, se decía “Por tanto ruego” sin una triste coma
enmedio, y acababa uno entendiendo que aquello que decía era por una buena cantidad de ruegos, cuando, en realidad quería significar que como había pecado, por eso rogaba que le perdonaran. ¡Un verdadero lío, vaya!
Salvador Navarro Fernández
enmedio, y acababa uno entendiendo que aquello que decía era por una buena cantidad de ruegos, cuando, en realidad quería significar que como había pecado, por eso rogaba que le perdonaran. ¡Un verdadero lío, vaya!
Salvador Navarro Fernández
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