ADIOS A CÓRDOBA
Adiós, Córdoba,
romana,
celtíbera,
goda y árabe…
Te quedas
sola y lejana,
orgullosa,
en tus alcázares.
Bella, verde
y silenciosa,
el agua
acuna a los ánades
en el río,
cadenciosa,
bajo tus
puentes gigantes,
y riega con luz
mimosa
los divinos
arriates
que
artísticamente bordan
tus jardines
singulares.
Del zoco a
la sinagoga,
con
supuestos alminares,
del
Guadalquivir la noria,
compite,
quieta entre sauces,
en negra e
imponente forma,
con altura
impresionante,
heredera de la otra
que mandó
romper tonante
aquella
reina Católica
del siglo
quince reinante.
Y tus
limpísimas calles
exhiben, con
que se adornan,
naranjos a
centenares
en hileras,
que se tornan,
penitentes
vegetales
que en
Semana Santa oran
en silencio,
por la tarde,
con música
religiosa
y repique de
atabales.
Tus
plazoletas y parques
al universo
pregonan
la devoción
al arcángel
San Rafael,
que custodia
la almedina
y arrabales.
(“Yo te
juro…que soy ángel…
-¡por
Aciscio y por Victoria!-
que frente a
todos los males
he de
proteger a Córdoba”)
Tus gentes,
pura bondad,
necesitan,
generosas,
entregar
cordialidad
sincera,
flores y rosas
de amable
trato social,
solícitas,
obsequiosas,
y sirven a la ciudad
de cicerones
graciosas
de tierna
hospitalidad,
patrimonio
entre las cosas
de toda la
Humanidad.
Adiós
celtíbera hermana
de aquellas
peninsulares,
de Europa
las más humanas,
hermosísimas
ciudades.
Urbe asombrosa
en la llana
de los
tiempos imperiales
Bética
provincia hispana,
con un río
entre los grandes,
del mar a
Sierra Nevada.
La Mezquita,
edificada
en los
tiempos califales,
más tarde
cristianizada
doblegando
voluntades
en tierra
reconquistada,
muestra, soberbia, los mármoles
sacados de
las entrañas
de la sierra
de Filabres
y otras
canteras lejanas,
en crepusculares tardes,
o en
luminosas mañanas,
de esfuerzos
descomunales,
inacabables
jornadas
y de
accidentes mortales.
Cristiana,
mora o judía
duran a
través del tiempo
tu estilo,
honor y valía:
Laboriosidad
y celo
en tu áurea
artesanía,
envidia del
mundo entero
por su rica
joyería,
el repujado
del cuero
para la
caballería,
el cordobán
de ternero
de la
marroquinería,
el cerámico
sosiego
del taller
de alfarería,
fuente,
manantial, venero
de
infatigable inventiva;
toreo, toro
y torero
en el museo
de la lidia,
los cálices,
los fruteros,
de tu fina
platería;
el arte del carpintero:
guitarra,
ebanistería…
y, sobre
todo, el misterio
en primavera
florida,
del patio
color de fuego
a la sombra
humedecida
de tus casas,
el consuelo
del calor en
demasía
que el rey
sol lanza severo,
y la real
fantasía
del pintor
Julio Romero
fundiendo la
maravilla
de la mujer
con sombrero
cordobés, y la mantilla.
Salvador Navarro
Córdoba 2018