lunes, 20 de agosto de 2018




Rimas disonantes para aquellos héroes del “Cura Valera”


Sesenta años atrás,
en el gran salón de actos
del Instituto local
comenzamos los contactos
con el saber laboral
la treintena de  muchachos,
infantes, en realidad,
que serían considerados,
por efecto de la edad,
hijos del tiempo pasado;
y, en honor a la verdad,
un tanto desmejorados.
Una división, dictado,
 redacción, analizar
morfológicamente algo,
era la prueba inicial.
Fue una mañana de mayo,
o del junio ya estival,
cuando, por fin,  declarados
tras el trago superar,
como se decía “aptos”
fuimos la totalidad.
Los a examen presentados
transitamos desigual,
desde el ingreso llamado,
trayectoria de escolar
en nuestro Instituto amado.
Todo nuevo, imprevisible:
La gimnasia en el gimnasio,
es decir, al aire libre;
don Dionisio, autoritario,
y su orden de  “ ¡A cubrirse!”
el brazo derecho alzado.
Con aquel “Luiso”, vasco
de cuya historia supiste
y admiraste navegando
en el Cantábrico triste
a bordo de hermoso barco.
Las canciones de la OJE
(¡campamento de verano…!
Mis camaradas salieron con el alba
sobre los arcos llevaban la canción:
Sic vos, non vobis
cantaban los arqueros…
Vale quien sirve;
servir es un honor”)
Las consignas de la FEN
que pocos asimilamos,
las galletas, que al despiste
unos cuantos encajaron
de don Antonio “Seville”
con su Antoñito embobado.
¡Y aquellos serios ensambles
de dibujo, reiterados,
sacando punta a los lápices
hasta acabar extenuados!
 Ramas, frutos y follajes,
dibujos en papel guarro
de hortalizas y frutales:
almendro, haba o naranjo…
signos, y colores tales
de viñas y monte bajo.
Tinta china de los mares
que inundaban el trabajo
de interminables noches
hasta las tantas trazando,
con tiralíneas  retoques,
y al movimiento del brazo
se iba todo al garete
 y con cuchilla raspado.
Láminas, plumas, compases
biela, perfil, alzado,
con la luna vigilante;
polígonos estrellados,
pentágonos regulares
inscritos en un cuadrado.
¡Ay, mi  letra redondilla,
normas DIN, puntos fugados,
 caballera perspectiva
con suelos cuadriculados…!

Injertos, flores, semillas
que estudiamos aplicados,
sin que en toda nuestra vida
hayamos nunca sembrado.
Rico caldo bordelés
o borgoñón, afamado;
fertilizante francés
de los cultivos de antaño…
con don Agustín Fuster
el del cabello rizado,
que hablaba tan bien francés
con el profe don Torcuato.
Maestros los de taller
pacientes, sacrificados,
que dieron con honradez
su saber a aquellos zánganos
inconscientes, y a la vez,
algo desconsiderados.
Dictados de don Gabriel
de ortografía saturados,
con nota de cero a diez,
corregidos a diario.
Clases de lengua española
en esos libros  “Anayos”
cosidos en pliegos de hoja
cuádruple y de blanco lácteo:
“El cura del Pilar de la Horadada,
como todo lo da, no tiene nada”
-“(Símbolo: es la expresión plurivalente
 de una intuición de lo inefable”.
 -Ni pun”
“A los tres años dijo abercoque”.
Coral, rondalla, sonando,
(“Mi canto es de Cuba;
 mi amor, español”)
Don Martín Alonso al mando
de aquel coro y su canción,
y aquel aire, transportando
los sones del corazón.
“La montanara, olé
se oyé resonar…”
“Tres moricas me enamoran en Jaén:
Axa, Fátima y Mariem”
¡Familia del internado,
penurias del comedor;
hermandad de solidarios
alumnos sin preceptor…!
Aulas nuevas de Instituto,
clases prácticas, tractor;
tardes de laboratorio,
tubos de ensayo, formol,
gases, líquidos y sólidos,
y papel de tornasol…
agua, sales, bases y ácidos
ajustes de reacción.
¡Cuántas sesiones de estudio
perdimos sin remisión
leyendo aquellos tebeos
de guerra y persecución!
Progresiones geométricas
con incógnita razón.
Raíces cuadradas, potencias
(que tres las del alma son,
como el cura enumeraba
en clase de Religión,
o a veces las predicaba
don Antonio en el sermón.
Logaritmos neperianos,
número pi, variación,
combinaciones de cosas
con o sin repetición.
Matrices entrebarradas,
problemas sin solución;
límites tendiendo a nada,
variable de función;
valores trigonométricos,
seno, coseno, sector,
infinita derivada,
integral derivación;
Don Paco Aznar, su pizarra
y sus gafas de New York,
a lo Robert Macnamara,
que no eran de Huelva, no;
su cuerda circuntrazada
como esfera de reloj,
 y su eterna tiza blanca
para otra demostración
de una verdad matemática.
Doña Elvira y sus tacones
subiendo la escalinata
y sus altos escalones;
José Jurado y sus prisas
y aquellas tribulaciones.
Doña María, la de Ciencias,
temible por sus tensiones,
genio fugaz e impaciencia
imitada por Morán,
fielmente, sin que le viera.
Don Antonio Guil, severo,
teórico del electrón,
pretecnólogo sincero
desde el martillo pilón
hasta eléctricos esquemas
 de  algo de televisión.
 Jesús Pinilla y su historia,
 la bóveda de cañón;
el arco de media cosa,
de medio punto, en rigor;
mapas con colores goya
pintados con algodón,
Pirineos, Amazonas,
ríos, Montes de León;
reválida transitoria
al bachiller superior.
Aula sobre los talleres
con un frío aterrador,
 estufa de leña ardiente
ahumándonos sin perdón.
Angiospermas, gimnospermas
moluscos, cual mejillón
 fanerógamas,  criptógamas,
 “gastrópodo” caracol
mono o dicotiledóneas
y el crustáceo camarón;
cefalópodos de Amate,
don Antonio, elegantón.
Y algo más que no me sale
 por desmemoria o error
que irá, cual segunda parte
 en la próxima ocasión,
  y que otro aeda  relate
 con más tino y perfección.

Salvador Navarro Fernández. 2018