domingo, 18 de agosto de 2019

UN PASEO POR EL INSTITUTO "CURA VALERA" EN LOS AÑOS SESENTA


ESTAMPAS DE UN INSTITUTO 

INTERNADO PROVISIONAL
Junio (6) del 66
En un internado en obras,
Escorial que nunca acaba,
alquilado y en reforma,
propiedad de dama brava,
la señora Luisa Rojas,
que las almendras pelaba,
cierta noche representan
una sesión de hipnotismo
con otra de negra magia.
El hipnotismo se basa
en forzar, de madrugada,
cuando se serena el alma,                                 
al efebo que descansa
de forma tranquila y calma,
o sea, a la suelta pata,
larga y plácida meada.
Magia negra no hubo tal,
pues el pacto con Satán
consistente en no pegar
golpe a la hora de estudiar,
quedó sin virtualidad
tras negarle al diablo el alma,
(que un cuerpo solo… no basta),
aunque aquel año cuadraba
con esa cifra satánica
del seis, seis, seis, cuasimágica,
pues era junio y pasaban
sesenta y seis de la cábala
años de la era cristiana;                                   
mil novecientas le daba
vueltas al astro sol, rauda,
la Tierra que nos arrastra
más sesenta y seis, exactas.

Residencia Luisa Rojas,
de almendras exuberante,
 donde los lunes se compran
tiernos corderos balantes,
 y quejumbrosos, adornan
con pecuario ruido el aire
de balidos que transforman
a cualquier oveja en madre;
borregos de venta y compra
baladores irritantes,
maniatados a la sombra
esperando ramadanes
tal vez, de una jarca mora,
del cordero fiesta grande.

Provisional fonda en obras
con su péndulo colgante,
víctima de tantas bromas
de aquellos mozos tunantes;
maciza, imponente bola
de percusión resonante;
donde perdimos las horas,
mañanas, noches y tardes…
Escaleras rencorosas
de cien peldaños cobardes
humillados ante hordas
de soberbios estudiantes
que suben y bajan, bordan,
las curvas y mamperlanes,
y por la noche retozan
provocando los derrames
de los que temprano roncan
incautos, y hacen trasvase
entre vasos de no poca
agua fría chorreante
y cantan, rezan, salmodian
como monjes mendicantes:
“Domine non sum dignus
ut intres sub tectum meum
sed tantum dic verbo
et sanabitur anima mea”;
tristis est anima mea,
“ anima mea” y “orean”
“mea, mea”, susurrantes,
 esperando que se vean
los orines relajantes…
El durmiente se desvela,
ante aquel coro cantante;
gruñe, impreca, patalea,
y golpea al oficiante,
que abandona la batea
de agua fría orineante.


UN TRACTOR, MARCA DEUTZ

El Deutz, tractor de Ginés,
(que no era “del Instituto”),
¡qué peligro entre los pies
de aquel aprendiz alumno
mirando a la misma vez
a los pedales y al rumbo!
¡Qué riesgo por no saber,
y cuántos virajes bruscos
vivieron, por aprender,
capataz, tractor y público!
La zanja abierta una vez
en la Alameda ¡qué susto!;
ser sepultura de tres
a veces estuvo a punto.
Rastrillazo del revés,
del derecho y de conjunto;
reprimenda de quien es
capataz severo, adusto.
Y frenazos sin porqué,
con el tironeo abrupto
del monstruo a cuya merced
(¡aquel trasto metalúrgico…!)
íbamos de mes en mes.


LOS ACUERDOS HISPANO-AMERICANOS

¿Alguien de vosotros sabe
para qué servían aquellos
elementos de mil cables
que de América vinieron
como acuerdos comerciales
entre los que nos vencieron
y la USA de Eisenhower,
que en la vaquería estuvieron
sin que nadie utilizase?
Nunca destino tuvieron;
resultaban intrigantes.
¡Quién sabe si se perdieron
ocasiones importantes
de construir lo que no vieron
del mundo los habitantes,
ni jamás se propusieron
inventar ni ahora ni antes…!
Electrónicos vivieron
mas sin nunca ejercitarse;
tal vez anticipo fueron
de lo que hoy suele llamarse
el mundo de los tuiteros
y de otras redes sociales
que ocupan hasta a los viejos,
pero no supimos darles
el uso adecuado, cierto,
porque nos quedaron grandes
aquellos cables eléctricos
sin manual de montaje
ni instrucciones en folleto.




EJERCICIOS ESPIRITUALES / EJERCICIOS MANUALES

¡Oh, casas de profesores…!
ejercicios de seglares,
pensamientos superiores
llamados espirituales,
donde aguantan los calores
de noches casi estivales
y soportan los sermones
de charlas interminables
grupos de alumnos mayores,
mientras ven a Jerry Lewis
gesticulando estertores,
de la boca hasta la pelvis
(“profesor chiflado”, albores
del humor de Dean y Jerry,
colegio sin preceptores,
a la sombra de Elvis Presley,
rey del rock en las canciones
que inmortalizara Menphis)
en la terraza con flores,
Florida; y Stella Stevens,
amor platónico a priori
-¡qué regalo a aquellos jóvenes
como de ciudad sin ley-,
sensual entre sus dones!
¡Qué santos, limpios, … e in albis,
tras los actos espirituales
quedamos en Corpus Cristi!
Lástima que, de los cuales
pasamos al ars amandi
práctico, de manuales;
del domine non sum dignus
corrimos al carpe diem
veloces como las aves;
volamos, del superávit
de promesas ideales,
a otro modus operandi,
más propio del hombre habilis
que del común homo sapiens;
del redimido cum laude
al sorprendido   in fraganti
en inconfesables lances
amorosos y sui generis,
constantemente tenaces
en nuestro modus vivendi;
testarudos, pertinaces,
reputados a vox populi
pecadores contumaces,
perdonados in extremis,
como los de Onan secuaces.


EVOCACIÓN
Juventud de los sesenta,
qué oro por dilapidar;
camino de ida sin vuelta,
futuro sin despejar;
árbol verde de la huerta
y fruta sin paladear.
Años pasados en Huércal
en ingenua amenidad;
ilusiones y vivencias
de infantil felicidad,
pues los mayores problemas,
siempre podían esperar.
De septiembre hasta la feria
era un momento, no más.
De los Santos, esas fechas
de las castañas “asás”,
se pasaba a las calendas
cristianas de Navidad
ocupados en la muestra
de navidales, postal
de dibujo, aquella prueba
de concurso general.
En apenas la quincena
llegaba Santo Tomás,
cuando la Semana Santa
con preludio el resonar
de tambores, se anunciaba
con trompetas al compás.
Y entretanto, la tarea
importante, primordial,
el curso académico, era
casi coser y cantar
si no había quien distrajera,
con algún hecho fatal
que la rutina rompiera,
como el chasco nuclear
que sucedió en la carrera
por ver quién podía más
-entre USA y la Unión Soviética-
en aquella Fría Guerra,
encima del “palomar”:
Palomares, la cuevera,
que bien nos pudo costar
volar la provincia entera.

Ya en la cima de la cuesta,
habiendo visto pasar
tan velozmente la fiesta,
hecho el balance vital
y llegada la provecta
etapa de nuestra edad,
tan lejos de la primera,
miramos con ansiedad
si hay fondos en la cartera
de la vida por gastar
de aquella jugosa hacienda;
si conseguimos ahorrar
algunas áureas monedas
encontradas por azar
a lo largo de la senda
que nos tocó transitar,
o que tuvimos en prenda;
si habremos de adjudicar
los errores “a la imprenta”
en la historia personal,
o que nuestros logros fueran
fruto de casualidad,
o fueron de empeño, entrega,
y fuerza de voluntad;
o, como Urrutia dijera
fue culpa del chachachá.



COMEDOR DE LA BALSA DE ARRIBA

Comedor de mil batallas
contra lentejas y huevos;
hambre viva en las entrañas
y susto de alumnos nuevos…
Huevos fritos, ensaladas
ausentes y sin remedio.
Huevos pasados por agua,
espantados por el miedo
a estar solos en la plaza
del plato limpio, aquel ruedo
solitario en la asechanza
del tenedor matadero
y la dentadura intacta
de un joven, en hambre diestro.
“Pam, pam, pan” tira sin balas
Ujaldón al señor Diego,
burlándolo, en su llamada,
como si apuntara al cielo;
 el buen hombre está que brama
ante tanto cachondeo.
De una oveja descarriada
una vez comimos carne,
más dura que una pedrada
y más vieja que su padre.
Nos la sirvió cocinada
Sevilla, el de la Falange,
el que arreaba las guantadas
sin apenas despeinarse,
gestor de la muchachada
de estudiantil pupilaje.
Pero no sirvió de nada
y así, aquel menú fue en balde
si con ello calculaba
la simpatía ganarse,
por una ocasión aislada,
de la masa insobornable
por oveja descarnada
con más sebo que un carruaje
de la época dorada
y con más huesos que carne.




DÍA DE SANTO TOMÁS

En Santo Tomás de Aquino,
patrón de los estudiantes,
veintiocho de un mes frío,
un frío como los de antes,
víctimas entre los libros,
naufragados navegantes
que malgastaron sus bríos
en tempestuosos mares
matemáticos, artísticos,
religiosos, naturales,
agronómicos, científicos,
destacan por cualidades
físicas, hoy no mentales:
felino Manuel Segura,
atleta de corte olímpico,
salta a través de la pura
lumbre viva sobre un plinto,
como tigre de Annapurna,
atravesando un aro ígneo
de ardiente algodón que dura
mojado en alcohol un siglo,
y arranca de entre la turba
aplausos, vivas, un “vítor”,
mientras que los otros pugnan
por emular a aquel mito
con semejante bravura,
perfección, estilo y brillo.
Frente a la casa del cura
el kiosko de Domingo
en la Glorieta, perfuma
el ambiente claro y limpio,
de tinta, que no es de pluma
sino de prensa y de libros,
tebeos, y cromos de alguna
colección para los niños.
Mientras las pipas saladas
de “la Bárbara” y “el Puno”,
en algún fuego horneadas,
y aroma de eterno puro
en una mano amputada
de tres dedos, más el humo
inundan la tarde clara
del mes cálido de Junio;
y la ilusión se desata:
¡rubios “Reno” emboquillados…
con qué placer se fumaban…!,
de gran sabor mentolado,
que uno a uno se compraban,
y el regaliz negro, pardo
de boca negra pintada
y cañamones -de cáñamo-,
que al masticar explotaban;
 o los chicles afresados,
de algún color rosa malva,
los “Bazoca”, azucarados,
de pompas extraordinarias,
con gran fruición masticados
al ritmo de aquella banda
de escarabajos foráneos,
de Liverpool, esos cuatro,
melenudos, aún sin barba,
 y su “Help” y “Twist and shout”
que a algunos nos fascinaban
y nos revolucionaron
al sabor de las castañas
que, al carbón, nos calentaron.
                  …………………………………..
Tres moricas de Jaén
en el Ideal Ciema,
cantadas la mar de bien
para quien oírlos quiera
por Paco y Núñez, con quien
van al campo, sin saber
que el fruto de la olivera
les ha robado otra vez
la fortuna traicionera;
actúa a dúo, ¡hay que ver…!
una colla tijoleña;
no es un trío; no son tres,
pero parecen cincuenta
al bueno de don Gabriel.
Y a don Martín, ¡sin orquesta!,
aquello le sabe a miel.
Un coro y rondalla actúan
con aires del viejo siglo:
habanera, vals, mazurca,
o un son algo parecido,
mientras los espacios surcan,
temblorosos y emotivos,
recuerdos de hoy y de nunca;
o de siempre, que es lo mismo.

                                                                     Salvador Navarro Fernández