ESTAMPAS DE
UN INSTITUTO
INTERNADO
PROVISIONAL
Junio (6)
del 66
En un
internado en obras,
Escorial que
nunca acaba,
alquilado y
en reforma,
propiedad de
dama brava,
la señora Luisa
Rojas,
que las
almendras pelaba,
cierta noche
representan
una sesión
de hipnotismo
con otra de
negra magia.
El
hipnotismo se basa
en forzar,
de madrugada,
cuando se serena el alma,
al efebo que
descansa
de forma
tranquila y calma,
o sea, a la
suelta pata,
larga y
plácida meada.
Magia negra
no hubo tal,
pues el
pacto con Satán
consistente
en no pegar
golpe a la
hora de estudiar,
quedó sin
virtualidad
tras negarle
al diablo el alma,
(que un
cuerpo solo… no basta),
aunque aquel
año cuadraba
con esa
cifra satánica
del seis,
seis, seis, cuasimágica,
pues era
junio y pasaban
sesenta y
seis de la cábala
años de la
era cristiana;
mil
novecientas le daba
vueltas al
astro sol, rauda,
la Tierra
que nos arrastra
más sesenta
y seis, exactas.
Residencia
Luisa Rojas,
de almendras
exuberante,
donde los lunes se compran
tiernos
corderos balantes,
y quejumbrosos, adornan
con pecuario
ruido el aire
de balidos
que transforman
a cualquier
oveja en madre;
borregos de
venta y compra
baladores
irritantes,
maniatados a
la sombra
esperando
ramadanes
tal vez, de
una jarca mora,
del cordero
fiesta grande.
Provisional
fonda en obras
con su
péndulo colgante,
víctima de
tantas bromas
de aquellos
mozos tunantes;
maciza,
imponente bola
de percusión
resonante;
donde perdimos
las horas,
mañanas,
noches y tardes…
Escaleras
rencorosas
de cien
peldaños cobardes
humillados
ante hordas
de soberbios
estudiantes
que suben y
bajan, bordan,
las curvas y
mamperlanes,
y por la
noche retozan
provocando
los derrames
de los que
temprano roncan
incautos, y
hacen trasvase
entre vasos
de no poca
agua fría
chorreante
y cantan,
rezan, salmodian
como monjes
mendicantes:
“Domine non
sum dignus
ut intres sub tectum meum
sed tantum dic verbo
et sanabitur
anima mea”;
tristis est
anima mea,
“ anima mea”
y “orean”
“mea, mea”,
susurrantes,
esperando que se vean
los orines
relajantes…
El durmiente
se desvela,
ante aquel
coro cantante;
gruñe,
impreca, patalea,
y golpea al
oficiante,
que abandona
la batea
de agua fría
orineante.
UN TRACTOR,
MARCA DEUTZ
El Deutz, tractor
de Ginés,
(que no era “del
Instituto”),
¡qué peligro
entre los pies
de aquel
aprendiz alumno
mirando a la
misma vez
a los
pedales y al rumbo!
¡Qué riesgo
por no saber,
y cuántos
virajes bruscos
vivieron,
por aprender,
capataz,
tractor y público!
La zanja
abierta una vez
en la
Alameda ¡qué susto!;
ser
sepultura de tres
a veces
estuvo a punto.
Rastrillazo
del revés,
del derecho
y de conjunto;
reprimenda
de quien es
capataz
severo, adusto.
Y frenazos
sin porqué,
con el
tironeo abrupto
del monstruo
a cuya merced
(¡aquel
trasto metalúrgico…!)
íbamos de
mes en mes.
LOS ACUERDOS
HISPANO-AMERICANOS
¿Alguien de
vosotros sabe
para qué
servían aquellos
elementos de
mil cables
que de
América vinieron
como
acuerdos comerciales
entre los
que nos vencieron
y la USA de
Eisenhower,
que en la
vaquería estuvieron
sin que
nadie utilizase?
Nunca
destino tuvieron;
resultaban
intrigantes.
¡Quién sabe
si se perdieron
ocasiones
importantes
de construir
lo que no vieron
del mundo
los habitantes,
ni jamás se
propusieron
inventar ni
ahora ni antes…!
Electrónicos
vivieron
mas sin
nunca ejercitarse;
tal vez
anticipo fueron
de lo que
hoy suele llamarse
el mundo de
los tuiteros
y de otras
redes sociales
que ocupan
hasta a los viejos,
pero no
supimos darles
el uso
adecuado, cierto,
porque nos
quedaron grandes
aquellos
cables eléctricos
sin manual
de montaje
ni
instrucciones en folleto.
EJERCICIOS
ESPIRITUALES / EJERCICIOS MANUALES
¡Oh, casas
de profesores…!
ejercicios
de seglares,
pensamientos
superiores
llamados
espirituales,
donde
aguantan los calores
de noches
casi estivales
y soportan
los sermones
de charlas
interminables
grupos de
alumnos mayores,
mientras ven
a Jerry Lewis
gesticulando
estertores,
de la boca
hasta la pelvis
(“profesor
chiflado”, albores
del humor de
Dean y Jerry,
colegio sin
preceptores,
a la sombra
de Elvis Presley,
rey del rock
en las canciones
que
inmortalizara Menphis)
en la
terraza con flores,
Florida; y
Stella Stevens,
amor
platónico a priori
-¡qué regalo
a aquellos jóvenes
como de ciudad
sin ley-,
sensual
entre sus dones!
¡Qué santos,
limpios, … e in albis,
tras los
actos espirituales
quedamos en
Corpus Cristi!
Lástima que,
de los cuales
pasamos al
ars amandi
práctico, de
manuales;
del domine
non sum dignus
corrimos al
carpe diem
veloces como
las aves;
volamos, del
superávit
de promesas
ideales,
a otro modus
operandi,
más propio
del hombre habilis
que del
común homo sapiens;
del redimido
cum laude
al
sorprendido in fraganti
en
inconfesables lances
amorosos y
sui generis,
constantemente
tenaces
en nuestro
modus vivendi;
testarudos,
pertinaces,
reputados a
vox populi
pecadores
contumaces,
perdonados
in extremis,
como los de
Onan secuaces.
EVOCACIÓN
Juventud de
los sesenta,
qué oro por
dilapidar;
camino de
ida sin vuelta,
futuro sin despejar;
árbol verde
de la huerta
y fruta sin
paladear.
Años pasados
en Huércal
en ingenua
amenidad;
ilusiones y
vivencias
de infantil
felicidad,
pues los
mayores problemas,
siempre
podían esperar.
De
septiembre hasta la feria
era un
momento, no más.
De los
Santos, esas fechas
de las
castañas “asás”,
se pasaba a las
calendas
cristianas
de Navidad
ocupados en
la muestra
de
navidales, postal
de dibujo,
aquella prueba
de concurso
general.
En apenas la
quincena
llegaba
Santo Tomás,
cuando la
Semana Santa
con preludio
el resonar
de tambores,
se anunciaba
con
trompetas al compás.
Y
entretanto, la tarea
importante,
primordial,
el curso
académico, era
casi coser y
cantar
si no había
quien distrajera,
con algún
hecho fatal
que la
rutina rompiera,
como el
chasco nuclear
que sucedió
en la carrera
por ver
quién podía más
-entre USA y
la Unión Soviética-
en aquella
Fría Guerra,
encima del “palomar”:
Palomares,
la cuevera,
que bien nos
pudo costar
volar la
provincia entera.
Ya en la
cima de la cuesta,
habiendo
visto pasar
tan
velozmente la fiesta,
hecho el
balance vital
y llegada la
provecta
etapa de
nuestra edad,
tan lejos de
la primera,
miramos con
ansiedad
si hay
fondos en la cartera
de la vida
por gastar
de aquella
jugosa hacienda;
si
conseguimos ahorrar
algunas
áureas monedas
encontradas
por azar
a lo largo
de la senda
que nos tocó
transitar,
o que
tuvimos en prenda;
si habremos
de adjudicar
los errores “a
la imprenta”
en la
historia personal,
o que
nuestros logros fueran
fruto de
casualidad,
o fueron de
empeño, entrega,
y fuerza de
voluntad;
o, como
Urrutia dijera
fue culpa
del chachachá.
COMEDOR DE
LA BALSA DE ARRIBA
Comedor de
mil batallas
contra
lentejas y huevos;
hambre viva
en las entrañas
y susto de
alumnos nuevos…
Huevos
fritos, ensaladas
ausentes y sin
remedio.
Huevos
pasados por agua,
espantados
por el miedo
a estar
solos en la plaza
del plato
limpio, aquel ruedo
solitario en
la asechanza
del tenedor
matadero
y la
dentadura intacta
de un joven,
en hambre diestro.
“Pam, pam,
pan” tira sin balas
Ujaldón al
señor Diego,
burlándolo,
en su llamada,
como si apuntara
al cielo;
el buen hombre está que brama
ante tanto
cachondeo.
De una oveja
descarriada
una vez
comimos carne,
más dura que
una pedrada
y más vieja
que su padre.
Nos la
sirvió cocinada
Sevilla, el
de la Falange,
el que
arreaba las guantadas
sin apenas
despeinarse,
gestor de la
muchachada
de
estudiantil pupilaje.
Pero no
sirvió de nada
y así, aquel
menú fue en balde
si con ello
calculaba
la simpatía
ganarse,
por una
ocasión aislada,
de la masa
insobornable
por oveja
descarnada
con más sebo
que un carruaje
de la época
dorada
y con más
huesos que carne.
DÍA DE SANTO
TOMÁS
En Santo
Tomás de Aquino,
patrón de
los estudiantes,
veintiocho
de un mes frío,
un frío como
los de antes,
víctimas
entre los libros,
naufragados
navegantes
que
malgastaron sus bríos
en
tempestuosos mares
matemáticos,
artísticos,
religiosos,
naturales,
agronómicos,
científicos,
destacan por
cualidades
físicas, hoy
no mentales:
felino
Manuel Segura,
atleta de
corte olímpico,
salta a
través de la pura
lumbre viva
sobre un plinto,
como tigre
de Annapurna,
atravesando
un aro ígneo
de ardiente
algodón que dura
mojado en
alcohol un siglo,
y arranca de
entre la turba
aplausos,
vivas, un “vítor”,
mientras que
los otros pugnan
por emular a
aquel mito
con
semejante bravura,
perfección,
estilo y brillo.
Frente a la
casa del cura
el kiosko de
Domingo
en la
Glorieta, perfuma
el ambiente
claro y limpio,
de tinta,
que no es de pluma
sino de
prensa y de libros,
tebeos, y
cromos de alguna
colección
para los niños.
Mientras las
pipas saladas
de “la
Bárbara” y “el Puno”,
en algún
fuego horneadas,
y aroma de
eterno puro
en una mano
amputada
de tres
dedos, más el humo
inundan la
tarde clara
del mes
cálido de Junio;
y la ilusión
se desata:
¡rubios “Reno”
emboquillados…
con qué
placer se fumaban…!,
de gran
sabor mentolado,
que uno a
uno se compraban,
y el regaliz
negro, pardo
de boca
negra pintada
y cañamones -de
cáñamo-,
que al
masticar explotaban;
o los chicles afresados,
de algún
color rosa malva,
los “Bazoca”,
azucarados,
de pompas
extraordinarias,
con gran
fruición masticados
al ritmo de
aquella banda
de
escarabajos foráneos,
de
Liverpool, esos cuatro,
melenudos,
aún sin barba,
y su “Help” y
“Twist and shout”
que a
algunos nos fascinaban
y nos
revolucionaron
al sabor de
las castañas
que, al
carbón, nos calentaron.
…………………………………..
Tres moricas
de Jaén
en el Ideal
Ciema,
cantadas la
mar de bien
para quien
oírlos quiera
por Paco y
Núñez, con quien
van al campo,
sin saber
que el fruto
de la olivera
les ha
robado otra vez
la fortuna
traicionera;
actúa a dúo,
¡hay que ver…!
una colla
tijoleña;
no es un
trío; no son tres,
pero parecen
cincuenta
al bueno de
don Gabriel.
Y a don
Martín, ¡sin orquesta!,
aquello le
sabe a miel.
Un coro y
rondalla actúan
con aires
del viejo siglo:
habanera,
vals, mazurca,
o un son
algo parecido,
mientras los
espacios surcan,
temblorosos
y emotivos,
recuerdos de
hoy y de nunca;
o de
siempre, que es lo mismo.
Salvador
Navarro Fernández
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