A LA ROMERÍA DE SAN MIGUEL, RECORDANDO EL
PASADO MEMORABLE DE NUESTRA TIERRA.
ORACIÓN A SAN MIGUEL ( imitando a Gonzalo de Berceo)
San Miguel plumífero
con alas de ángel,
de espada, flamígero,
capitán, arcángel
triunfador del Infierno
a Satán ganaste.
Protege a este pueblo
de todos los males.
Procúrale el cielo
donde tú llegaste.
Recibe gustoso
la oración sincera
que hoy, jubiloso,
el pueblo, de fiesta,
reza en tu rocoso
cerro y su ladera;
San Miguel glorioso
Protector de Overa.
Salvador Navarro Fernández
No teníamos tele en color. Mucho menos
íbamos a tener teléfono móvil (que empezó llamándose portátil, con toda la
lógica del mundo porque no era fijo), que llegó treinta años después de nuestra
historia. La televisión ya era un lujo en blanco y negro, y, como todo lo
nuevo, llegaba con cuentagotas. Primero, como señuelo, atractivo para captar
clientes en el negocio de la “hostelería” de mi tierra: los cuatro bares que
había entonces. Como había sucedido en otros momentos, el pionero en esta
ocasión fue Guillermo el de la Lola (antes, había montado una bodega con varios
toneles enormes de no menos de doscientos litros cada uno. de distintos vinos,
que junto al anís castellana, el coñac de marca común y algunos otros licores
daban alegría al pequeño casino-taberna donde el truco, la brisca, el “subastao” o la
siete y media se mezclaban con algún que otro juego inocente para menores como
los rascueles o el cinquillo). También se había adelantado a otros empresarios
introduciendo aquellas emisiones casi radiofónicas por medio del pick up
Philips aquel tan potente de altavoz que se enteraban hasta en Los Navarros de
que el baile iba a empezar, cuando oían a Luisa Linares y Los Galindos cantar
“Hay quien dice de Jaén”, o a Gloria Laso cantando “Me voy pa´l pueblo”). Pero
fallaba la infraestructura repetidora de
señal de televisión. El famoso “poste de Cantoria” era poco potente y la señal
débil, interrumpida demasiado frecuentemente o nula. ¡Menudo trajín había que
tener con la antena…!
La mayor ilusión de los jóvenes
aficionados al fútbol era ver el partido del domingo, uno sólo a la semana que se transmitía por la primera cadena de
televisión española, la única que se podía ver aquí. La UHF vino años después;
en realidad vino tarde, mal y nunca, porque cuando llegó ya se llamó la segunda
cadena.
No conocíamos la televisión en color. Y
cuando en 1968 emigré a París y descubrí
en el escaparate de una tienda del ramo
de los Campos Elíseos un televisor emitiendo un partido de fútbol como se veía
en la realidad, soñé con tener algún día uno. ¡Qué lejos quedaba en el futuro
el ADSL en Internet, Facebook, Twiter y demás…! Aquí nos conformaríamos durante
unos años más, con añadirle un papel de celofán coloreado pegado a la pantalla
del televisor en blanco y negro, e imaginarnos que veíamos las cosas en color.
No era sólo el fútbol lo que nos entretenía.
Comenzaron las series de la industria televisiva americana. Más que ninguna,
triunfó la del viernes: “Bonanza”, ahora cómicamente recordada por Chiquito de
la Calzada. Y nadie se perdía la gala “Noche del Sábado” con Laura Valenzuela y
Joaquín Prats, donde actuaban diversos artistas: músicos puros y cantantes
(aunque en esta faceta del arte, triunfaba entre los jóvenes “Escala en HiFi”,
casi siempre incluídas actuaciones de doblaje en play back), malabaristas,
inocentes payasos y otras atracciones de show. Hasta el teatro clásico español
de “Estudio Uno”, que comenzó más tarde, era visto con expectación, aunque no
siempre nos enterábamos del argumento o del texto. Los mayores procuraban estar
atentos al telediario de aquellos mitos de la comunicación como Matías Prats,
David Cubedo o Jesús Álvarez, hasta el
último noticiario con el cierre de la emisión a eso de las doce con el himno
nacional y el “gloriosos caídos por Dios y por España”, obligatorio del
momento.
Por entonces, ya contemplábamos con frecuencia
en el cielo de Overa (¡casi nada, aquello de que, desde nuestra aldea, se
pudieran ver artefactos de la importancia de aquéllos…!) el paso de los
primeros satélites artificiales (recuerdo el primer Sputnik puesto en órbita
por los rusos y la fortísima impresión que nos producía a mi padre y a mí
distinguirlo en el verano de 1957, y el misterio que suponía saber que aquel
artilugio permanecería describiendo órbitas alrededor de la Tierra, sin caerse;
vamos, como la Luna, ¡nada menos!). Poco tiempo después de esos enormes
impulsos tecnológicos dos jóvenes de diecisiete o dieciocho años recorrían los caminos pedregosos, entre paradas
frecuentes de aquella máquina e intentos de arranque, a lomos de una mobylette
azul de segunda mano, los cuatro bares que en la época habían instalado la
televisión como reclamo de clientes, tratando inútilmente de ver los partidos
de fútbol del campeonato mundial celebrado en Inglaterra en 1966, pues la señal
que se recibía en la zona era tan mala que los titulares de aquellos
establecimientos pasaban el tiempo tratando de sintonizar los aparatos
receptores, sin resultado positivo. Lo máximo que conseguían era que se viera
algún fragmento del tiempo de juego, de manera fugaz, entrecortado con largas
pausas de una especie de niebla o señal borrosa, gracias a lo cual, el
espectador, que orientaba a quien manipulaba el aparato desde la parte
posterior (“¡Ahora se ve…! Ahora no…”), podía imaginarse el desarrollo del
juego entre alguna imagen de Manolo Sanchís con las medias bajadas, la de Franz
Beckenbauer regateando juncal y elegante (actitud que no abandonaba ni con el
brazo en cabestrillo como le ocurrió después de estos mundiales), o la de Bobby
Charlton rematando con su temprana cabeza calva un centro lanzado por John
Connelly. Iban del bar de Guillermo al de Juan el “Zurgenero”, o a la
Venta; luego al de Miguel el” Granaero”;
o al de Beatriz la “Colorina”, en “aquel
lao”, si en esta parte del río no se veía nada. Todo inútil, a pesar de los
esfuerzos de los técnicos. Compensaba el esfuerzo de aquel tour por etapas el
sabor de la pipirrana o de la cerveza (no, las cervezas; sino una que, a lo
sumo, tomaríamos para hacer gasto y justificar la permanencia en el local y el
desgaste de silla). La mayor parte de las veces, ni eso. Bastaban unas pipas o
unos garbanzos “torraos” con “arvellanas” (cacahuetes) bien saladas que dejaban
la lengua y el interior de los labios erosionados, casi a punto de sangrar. Las
cáscaras o vainas de estos “frutos secos” iban directamente al suelo y nadie
reparaba en ello, pues, a falta de papeleras –que vendrían mucho más tarde y
que todavía no se han implantado totalmente-, su destino aquel era el lógico: ¡¿dónde
las ibas a echar…?! Pues ¡al suelo…!
A falta de imagen visual, disfrutábamos
de la narración técnico-deportiva de Matías Prats el Viejo, que amenizaba
aquella emisión de neblina desde el Reino Unido lejano, con profusión de
metáforas y referencias familiares de los jugadores: desde la flecha asturiana Paco Gento arrancando en la banda,
driblando a los oponentes, hasta el punto de córner y haciendo un centro
prodigioso para que remataran el gallego
Amancio o el atlético Luis Peiró; hasta el sevillista Luis del Sol,
distribuyendo el juego en el centro del campo con mucha seguridad y eficacia.
En uno de aquellos “locales de ocio”
vimos más o menos completa la final en Wembley del campeonato, entre Inglaterra
y Alemania Federal; no la otra, la República Democrática, que destacaba en
otros deportes, curiosamente menos de equipo, más individuales, a pesar de ser
comunista. Y como la relación entre el bloque soviético y los alemanes del
oeste no era la ideal en esta época de guerra fría, pues se entiende que en la
situación creada con motivo de un disparo a meta hecho por los ingleses y que
tras dar en el larguero tocó en la línea de gol comprobándose posteriormente que no había entrado el balón, y, consultado
el linier de nacionalidad rusa si había entrado o no, dijo levantando la cabeza
con un gesto soberbio y rotundo “Sí, ha entrado”, y claro, esto, dicho a
escasos minutos del final facilitó la victoria por cuatro a dos de los ingleses
y el total enfado de los Beckenbauer, Overat, Haller, etc, después de haber ido
empatando dos a dos, hasta el gol fantasma.
Fue el torneo en el que destacó
especialmente Eusebio Barbosa (recientemente fallecido), máximo goleador del
campeonato, jugador del Benfica de Portugal, rival del Real Madrid, del
Barcelona, de la Juventus de Turín, del Paritzan de Belgrado, o del Anderlech
belga.
Y tuvo anécdotas como la desaparición de
la copa del mundo (copa Jules Rimet), que fue hallada casi accidentalmente por
un perro, aunque no por Scotland Yard. ¡Y querían los escoceses independizarse…!
Salvador Navarro Fernández.
Salvador Navarro Fernández.
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