jueves, 4 de febrero de 2016

Miré las ruinas de la patria mía...

Miré las ruinas de la patria mía,
reliquia de sucesos laureados,
orgullo y fama, hoy aniquilados,
por cien monedas hechos mercancía,
producto falso de mercadería,
en foros de banqueros y mercados
con los poderes fácticos casados,
agotadas riqueza y valentía.
A su incierta suerte abandonados
los espíritus libres, desbordados,
anuncian que “delenda est monarchía”;
por las hienas salvajes devorados
vendidos tras vivir esclavizados,
por quien ostenta la supremacía;
despreciados su temple y su valía
por los oportunistas, ignorados;
faltos de voz, ciegos o amordazados
peregrinan sin rumbo, luz ni guía;
como Diógenes, buscan, desalentados,
un hombre que conozca los cuidados
aplicables a esta patología.
Sentí temblar la tierra en que yacía,
vagué sonámbulo y desorientado,
busqué razón a aquel desaguisado
y no hallé explicación, sino agonía.
Lo que negro anunciábase de día,
trágico fue en la noche el resultado;
y al día siguiente, desesperanzado,
trabé amistad con la melancolía.
Busqué refugio en la filantropía.
Me dije: será un sueño; no ha pasado.
Mas, desperté de escombros rodeado.
Hice recuento de lo que poseía,
monedas y saberes que tenía,
y vi que era poco lo acumulado;
cubierto de tristeza y abrumado
me dispuse a esperar el nuevo día.
Jericó sucumbió a la sintonía
de timbal y trompetas combinados;
y el techo y las columnas derrumbados
eran  fúnebre réquiem que se oía
en la más horrísona armonía;
del cielo protector precipitados,
capiteles, arcos desmoronados,
fueron cascotes de mampostería.
Era inminente el riesgo de anarquía.
Ninguna clave desmontó el tinglado:
Nadie propuso acuerdo concertado
o la concordia que se pretendía;
nadie portó el farol que alumbraría;
no se encontraba el foro sosegado
y el ánimo, se mostraba exaltado
por la disputa de soberanía.
Ya las fuerzas de una hueste impía
acosa su recinto amurallado;
suenan las trompas de Josué airado
reclamando la su herencia judía.
Y el odio atroz, rudo y desenfrenado
huye a lomos de potro desbocado
que huella el suelo por donde solía.


                                     ©Salvador Navarro Fernández

1 comentario:

  1. Me gusta mucho este poema del “Quevedo de Overa”. Te felicito, amigo. Necesitamos que alguien porte “el farol” que nos alumbre un “acuerdo concertado”; de lo contrario sólo nos quedará el refugio del lamento.

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