domingo, 24 de enero de 2016

Alma ribereña


Yo nací en esta ribera
del inconstante Almanzor
en la grisácea postguerra
de penuria y privación.
Soy hermano de la tierra
de cuyo parto es la flor
que se muestra pintoresca
sin ninguna pretensión; 
y transito la frontera
entre alegría y dolor,
desde la nube a la hierba,
como papel tornasol,
haciendo mías las penas
o viviendo una ilusión.
Soy gavilán avizor
pero no busco mi presa,
ni polluelo ni gorrión,
por los riscos de la sierra
o en un aislado rincón,
sino por la selva densa
de desamores y amor.
Me complace la belleza
de la aurora en el albor
y me agrada la tibieza
de la brisa, y el sabor
de los frutos de la higuera,
y del granado; el dulzor
de la tiernísima breva;
la miel del rojo piñón.
y por su oliva aceitera,
el negro olivo antañón.
Amo la flor de la adelfa
y el aroma del limón;
el limón, pura belleza,
la adelfa, puro color,
que es exótica rareza
y estampa multicolor;
baladre es nuestra manera
de llamarle, sin pudor.
Adoro el sol y la siesta
del verano abrasador,
y en tardes de primavera
respiro a pleno pulmón
el aire limpio que ondea
entre naranjos en flor
de azahar, melibea.
Gozo cuando el huerto tiembla
al viento enloquecedor
de poniente, si cimbrea
sus ramas sin compasión,
mientras los tordos esperan
librarse del cazador 
que, astuto, en la noche acecha.
De las aves la canción
escucho entre la maleza
y disfruto con pasión
la ruda naturaleza.
La vida misma es mi dios,
mi divisa, la franqueza.
Mi patria divido en dos:
la grande me da firmeza;
la chica, roja pasión.
Me gusta oír, cuando hiela,
la escarcha romperse al son
de pisadas mañaneras
sobre agrillos de verdor
y flores amarillentas;
y el viento congelador
soplando, sin darnos tregua,
con tono amenazador,
en la noche friolera
de invierno gris, al calor
de seca y crujiente leña
quemándose con ardor;
y junto a la chimenea
sentir el humo y la tos
que produce alguna tea
mal quemada en el fogón,
mientras se oye en las tejas
repicar un chaparrón
que alegra las almas viejas
y enaltece al corazón,
ávido de aguas nuevas
-porque esta no es la estación
de fina lluvia o tormenta-,
que da a la conversación
cambio de asunto o de tema,
 un giro, de sopetón,
y sigue un rumbo o vereda
que lleva a la tradición:
“¡Qué pena que ya no llueva
como siempre aquí llovió!”



                                    ©  Salvador Navarro Fernández

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