domingo, 31 de mayo de 2020



                                         ELEGIA EN UNA PRIMAVERA AUSENTE


  Hay paz de plomo en las calles,
silencio en los cementerios;
urgencia en los hospitales
y abandono en el gobierno.
Incertidumbre en las clases
que cesaron en invierno
y temor entre los padres
ante un futuro incierto
laboral de sus infantes.
La peste de nuestro tiempo
se expande por todas partes
sin que podamos el miedo
evitar que nos asalte.
Pandemia en el mundo entero
enviada por orientales
desde algún laboratorio
o una tienda de animales.
Sin un remedio certero
ni vacuna que nos sane,
Paracetamol primero,
Apeirón en otra fase,
Hidroxcloroquina luego
(no cualquier fórmula vale)
o algún remedio casero
que gastaban nuestros padres,
saldremos de nuestro encierro
-fantasmas de nuestras calles-
temerosos del encuentro
con cualquiera que nos hable
a una distancia de un metro
sin mascarilla delante.
Nos mostraremos respeto
como hispanos samurays;
no le daremos ni un beso
ni un abrazo tierno, amable
y hablaremos con recelo
a niños, mozos o grandes;
incluso desconfiaremos
de los propios familiares.
Después de ímprobo esfuerzo
sacrificios y avatares
lucha abnegada y denuedo,
en precario los pilares,
que son todos los galenos,
camilleros y auxiliares,
enfermeras y enfermeros;
después de todos los males,
incluidos los decesos
de algunos profesionales,
las despedidas sin duelo
sin salir de los portales
por este confinamiento,
no será fácil contarles
a nuestros nietos un cuento
que sirva para aclararles
por qué algunos abuelos
de sus amigos del parque
ya no vigilan los juegos
de sus niños, por la tarde.


                                           Salvador Navarro Fernández, marzo de 2020

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