A LA VIRGEN
DE LA SOLEDAD
Salve,
Regina.
Te saludamos
los que
rezamos
con la
doctrina
de los
cristianos.
A ti
clamamos
los
descendientes
hijos de Eva
y Adán el
Viejo.
Que tu
consejo
sea la
linterna
de este
destierro
aquí en la
Tierra,
de los
creyentes.
De Soledad
Virgen
doliente
guía y
espejo
de la bondad,
luz y reflejo
de la piedad;
calma y consuelo
de cualquier
duelo,
Madre de
amor
de San
Salvador;
en alma y
cuerpo
subiste al
cielo
y estás al
lado
del Creador,
Padre del
Cristo
de la Pasión.
Para las
gentes
de toda
Overa,
de penitentes,
su consejera;
tanto presentes
en nuestra
tierra
o bien
ausentes,
fuera de
ella,
viva, en su
mente,
llevan la
huella
del refulgente
cielo de
estrellas
de seda
argéntea
de capa
negra,
manto
llamada
Bella,
indulgente,
Madre
silente:
Tu triste
pena,
no
indiferentes,
hacemos
nuestra,
por el
ungido
resucitado;
que en el
olvido
no haya
quedado
su
sacrificio
por
ayudarnos,
de aquel tu hijo
tan bien
amado.
Cara de alba
y de
tristeza
lágrimas de
agua
y de sal
densa.
Faz dolorosa
de gracia
llena,
señora
hermosa
dulce y
serena.
Santa
patrona,
intercedente,
intercesora:
Por la
presente,
por quien te
implora,
impenitente,
perdón
aboga;
a este,
defiende,
devoto
ahora;
que no se
queme
y vea la
gloria
cuando le
llegue
su día y
hora.
© Salvador Navarro Fernández.
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